sábado, 17 de noviembre de 2007

Contradicciones

Definitivamente, cuando no tengo testigos soy un desastre.
Quiero decir, cuando estoy sola, soy todo lo contrario a la chica ordenada, correcta y organizada que soy a la vista de los terceros observadores. No sé porqué. Tal vez es culpa de mi madre, que de chica me enseñó a rajatabla todo lo relativo a orden, limpieza, corrección, ceremonial y protocolo. Tal vez en un acto de rebelión hacia tanta estrictez, cuando me encuentro sola en mi casa, si sé que no voy a tener visitas, puedo dejar los platos sucios una semana en la pileta de la cocina. O no cambiar las sábanas hasta que están duras, o no pasar un plumero o un escobillón en meses. También la basura puede estar dos días embolsada al lado de la puerta y no me molesto en sacarla.
No lo cuento con orgullo, para nada. Es más, esa dejadez me atormenta, porque se revierte 180 grados cuando sé que corro el riesgo de que alguien toque el timbre. Y prefiero no abrir la puerta si el baño no está limpio, sea mi mejor amiga o el hombre de mi vida el que esté del otro lado de la puerta.
Creo que es patológico, mi psicóloga me diría que me importa más como me veo desde afuera que la propia imagen que tengo de mí misma. Puede que sea cierto, pero la verdad es que en el fondo me parece mucho más importante el orden mental y la limpieza interior, que un piso recién lustrado y un living reluciente. El hecho de querer que mi casa huela a poett cuando vienen visitas, debe ser otra manifestación de lo esclava que soy a las reglas que impone esta sociedad.
En cambio cuando estoy sola, sola conmigo, tengo la tranquilidad de saber que lo importante es lo de adentro, aunque mi casa parezca el Líbano bombardeado.