lunes, 25 de febrero de 2008

Jueves *

Ayer me desperté pensando “hoy almuerzo con uge”, y ya empecé el día contenta.
Los jueves son muy largos últimamente. Como es el único día que trabajo hasta el mediodía, no me queda otra que llegar temprano a la oficina. Y después de la una, liberada de mis responsabilidades laborales, tengo más actividades que en todo el resto de la semana. Incluyendo sábados y domingos. Para que te des una idea: clases de piano, curso de fotografía, facultad, gimnasio, psicóloga y cine. Porque sí: los jueves religiosamente, también voy al cine. Además, entre tantas actividades, imaginate que siendo mi única tarde libre de la semana, también aprovecho algún bachecito para ver una amiga, o tirarme al sol, sea a leer un rato o a tirar un par de fotos.
Decía que ayer empecé el día contenta, me levanté a la misma hora que todos los días de la semana, pero curiosamente llegué al trabajo más temprano. La oficina era la misma cucha de siempre pero yo me sentía más a gusto que de costumbre. Hasta el petróleo que tomamos en lugar de café tenía otro sabor. Y sí, era jueves. Era jueves y la iba a ver a uge.
Una menos diez apague la computadora, ordené la pila de papeles que tengo de inquilinos en mi escritorio y me tomé el tren.

Uge llegó tarde, como de costumbre. El único defecto que tiene mi amiga del alma es su impuntualidad. Al punto que un amigo en común la acusa de usar calendario, en lugar de reloj, claro.

Mientras la esperaba, me pedí una coca y me colgué mirando una pareja de viejitos que, sentados en el mismo bar, esperaban la cuenta. Siempre la gente mayor demandó mi atención. Desde chica que me pasa. Es que soy una convencida de que ven la vida con ojos de experiencia. Debe ser realmente muy groso haber (sobre) vivido 70 años en este mundo tan terrible, y es por eso que les debo todo mi respeto. La cuestión es que esta parejita derrochaba ternura. Estaban tomados de las manos. Esas manos arrugaditas, chiquititas por el paso del tiempo, apoyadas sobre la mesa, entrelazadas, acariciándose despacio, con calma. Y se miraban a los ojos, se reían con esos ojos llenos de expresiones. La moza llegó con la cuenta, el Sr. pagó, ayudó a su esposa (ambos tenían alianzas en sus anulares) a levantarse y se fueron abrazaditos.

Me quedé pensando en eso de un amor para toda la vida (amor que evidentemente se va transformando con el tiempo, pero amor al fin), en lo lindo que es encontrar esa mitad que complementa la existencia, y sobre todo, en lo simple que es, y en lo complicado que lo hacemos nosotros.
Cuando uge llegó, dice haberme visto con una media sonrisa y la vista pedida mirando la calle, a través de la vidriera.
Seguramente, si la misma escena me hubiera tenido de testigo un lunes, o un martes, no la hubiera analizado tanto. Pero era jueves, estaba esperando a uge, y estaba contenta.

* lo escribí el viernes pasado, y desde entonces estoy intentando publicarlo. Blogger se porta muy mal conmigo últimamente.