lunes, 28 de abril de 2008

Abriles

Todos los años para esta fecha, me pasa más o menos lo mismo. Sucede a medida que se va acercando el invierno, y el cuerpo pide más abrigo. No se trata sólo de un cambio de hábitos. Supongo que a todos nos tira más quedarnos en casa un sábado a la noche: película y chocolate matan cualquier salida cuando afuera la temperatura no llega a los 8 grados. Pero no es sólo mi tendencia a invernar en mi cueva, es algo más.

El descenso de los grados es directamente proporcional al afloramiento de recuerdos que creo olvidados, hasta que, de golpe, aparecen todos juntos. Y todos tienen que ver con la misma época y con la misma persona. Es como una negación interior (e inconsciente) de soltar una parte de mi vida en la que fui muy feliz. Entonces cierro los ojos y aparecen imágenes, totalmente vivas, tardes de invierno allá por el 96. Me veo con mi uniforme impecable, rodeada de mis compañeros de secundaria, en la puerta del colegio esperando para entrar, en algún recreo planeando alguna de nuestras maldades o estudiando para algún examen que en esa época parecía imposible de aprobar. Me veo también en mi casa, viviendo con mis padres, mucho más jóvenes que ahora, aconsejándome, guiándome y retándome, como todavía lo hacen. Y también me veo con él, en su auto, en su casa, en sus brazos, en su cama.

Todo en esa época era perfecto. Sin saberlo, estaba completamente feliz. Después, simplemente crecí. Vinieron etapas diferentes y no por eso menos lindas. Pero ya las cosas no fueron ni tan simples ni tan fáciles. Será que aprendí, a fuerza de golpes, que no toda la gente tiene buenas intensiones, y que no todos los que se dicen amigos están en las buenas y en las malas. Aprendí lo que son los problemas económicos, aprendí que se siente cuando te rompen el corazón en mil pedazos.

Cierto es que el tiempo cura todo, pero también es cierto que si curé es porque tengo memoria selectiva: cuando me acuerdo de esas épocas sólo rescato la parte buena. No logro acordarme de la angustia que me provocó salir de la adolescencia. Simplemente me quedan los buenos momentos, la risa, los abrazos, los besos, que todos los años, finalizando abril, se me vienen inevitablemente a la mente, y me imprimen esta sensación, mezcla de añoranza con melancolía.

miércoles, 23 de abril de 2008

Así de fácil

Está buenísimo que un día cualquiera deje de ser un día cualquiera para ser EL DIA.

Paradójico, no? La nube de humo volvió a Buenos Aires, y a mí el cielo se me despejó de golpe.

sábado, 12 de abril de 2008

Katarsis

No se puede estar sentada esperando todo el tiempo que algo pase, sin hacer nada al respecto. Todos los días me digo esto, y sin embargo, acá estoy. Sábado a la noche, con todo un mundo en marcha ahí afuera, encerrada en mi casa, con la música a todo volumen, un libro abierto, la tele prendida en “mute mode”, una tarta en el horno y la incógnita de que fue lo que hice de mi día desde las once de la mañana hasta ahora. Sería genial si alguien pudiera develarlo, yo no tengo la menor idea.
Y así pasan mis días (mi vida) matando el tiempo, esperando que algo pase, sin darme cuenta que es justamente es el tiempo lo que pasa. La vida me pasa por arriba cuando se supone que yo debería atravesarla.
Me gustaba más antes. Sí, sin lugar a dudas me encantaría ser la “maría” de antes. Alegre, espontánea, llena de amigos y de planes.
Hoy puedo conectar con nada ni con nadie. Ni siquiera tengo ganas de intentarlo.
Es que no le encuentro la vuelta. No puedo.
Sé que todo el mundo tiene problemas. Todos cargamos con cosas, y no es posible que yo no pueda con las mías. Pero NO PUEDO. Entonces, no es sólo la sensación de sentirme la más desgraciada del mundo, sino el enojo de no poder hacer nada con eso. Y sobre todo, la impotencia de no poder sacar nada de todo esto.