Desde chiquitita acarreo esta patología. TODO me da culpa. Cada vez que tengo la posibilidad de elegir algo, en el plano que sea (un novio, un plan de sábado a la noche, una remera en un shopping), la alternativa dejada de lado me carcome la cabeza y me hace sentir culpable, culpable de no haberla elegido.
Es que, me entendés? si en lugar de haberle levantado el pulgar al lindo de J* le daba una oportunidad al dulce de G* seguro no sufría tanto, y mi salud sentimental sería otra. Si en lugar de gastar $98 pesos en esa remera hubiera caminado dos cuadras mas, seguro conseguía otra a un 20% menos. Y si en lugar de haberle regalado mi sábado a la noche a un tololo que no paró de hablar de sí mismo en un lujoso restorán, me hubiera juntado con una amiga a ver una película, la hubiese pasado muchísimo mejor y al menos me hubiera puesto al tanto de sus cosas, “es que hace tanto que no la veo!!!”
Por supuesto que de haber elegido la opción que dejé de lado tendría la misma sensación por haber dejado de lado la opción que en realidad escogí.
Lo cierto es que la culpa me acompaña desde que tengo uso de razón.
Cuando tenía 10 años, lo mejor que me podía pasar era que mi madrina me invite a pasar el verano en su casa. Mis primas me doblaban en edad, me dejaban jugar con sus collares y pinturas, y sobre todo, yo podía estar entre las conversaciones que tenían con sus amigas, me sentía grande entre esas charlas sobre moda, chicos y música.
Pero aunque esos días eran de ensueño, tenía una terrible sensación en el pecho. La culpa, la culpa de haber dejado a mi hermanito (que tiene solo un año menos que yo) en casa. Solo y aburrido. Sus amiguitos de vacaciones, y él solito con mi abuela. Me sentía tan malvada que hasta lloraba cuando me iba a dormir. Por eso un verano decidí quedarme en casa. No lo iba a dejar solo otra vez. Y no sirvió de nada, porque me sentía culpable por no haber aceptado la invitación de mi madrina. La sensación en el pecho ya tenía otra razón para existir.
A medida que fui creciendo, la situación no cambió. La culpa siempre está ahí.
Si te contesto mal, me siento la peor persona del mundo, si en cambio me contengo y omito decirte las barbaridades que me salen de la boca a borbotones, me siento culpable por no haber sido yo misma.
Si me invitás y no tengo ganas de ir, una de dos: o me encuentro en tu auto sintiéndome culpable por hacer las cosas “por compromiso” o me quedo en mi casa con la sensación de “de última salía un rato en lugar de quedarme como siempre entre estas cuatro paredes.”
Disconformismo? Conchudez femenina? Esquizofrenia? Gataflorismo?
No lo sé. Cómo saberlo. El día que me conozca a mí misma voy a ser la dueña del planeta. Mientras tanto sobrevivo. Como puedo. Sentadita en un cordón, tomando fanta con pajita, viendo un atardecer uruguayo y reflexionando.
Porque viste que en vacaciones todo te llama a reflexión. Desde el porqué y para qué de la humanidad hasta la cantidad de cucharadas de azúcar que le ponés a un café.
Yo y mi culpa, mi culpa y yo. La culpa ahí, la culpa siempre, la culpa toda, la culpa- culpa. Después de todo, la culpa es mía, eso nadie lo duda.
Y el sol se ponía, y la brisita de mar me erizaba la piel, y Juan me dijo:
“En la Insoportable levedad del ser hablan de que somos infelices porque nuestra vida es lineal y no se repite, entonces al tomar una decisión descartamos otra que no podremos recuperar. Pero ¿y si logramos retroceder para tomar la otra decisión y comprobar qué habría sucedido para así no quedarnos con dudas? ¿Conseguiríamos quitarnos el peso de la lluvia en los zapatos?”
No sé, le contesté, pero por las dudas creo que de ahora en más voy a ir por la vida descalza. Después te cuento que se siente.
Por supuesto que de haber elegido la opción que dejé de lado tendría la misma sensación por haber dejado de lado la opción que en realidad escogí.
Lo cierto es que la culpa me acompaña desde que tengo uso de razón.
Cuando tenía 10 años, lo mejor que me podía pasar era que mi madrina me invite a pasar el verano en su casa. Mis primas me doblaban en edad, me dejaban jugar con sus collares y pinturas, y sobre todo, yo podía estar entre las conversaciones que tenían con sus amigas, me sentía grande entre esas charlas sobre moda, chicos y música.
Pero aunque esos días eran de ensueño, tenía una terrible sensación en el pecho. La culpa, la culpa de haber dejado a mi hermanito (que tiene solo un año menos que yo) en casa. Solo y aburrido. Sus amiguitos de vacaciones, y él solito con mi abuela. Me sentía tan malvada que hasta lloraba cuando me iba a dormir. Por eso un verano decidí quedarme en casa. No lo iba a dejar solo otra vez. Y no sirvió de nada, porque me sentía culpable por no haber aceptado la invitación de mi madrina. La sensación en el pecho ya tenía otra razón para existir.
A medida que fui creciendo, la situación no cambió. La culpa siempre está ahí.
Si te contesto mal, me siento la peor persona del mundo, si en cambio me contengo y omito decirte las barbaridades que me salen de la boca a borbotones, me siento culpable por no haber sido yo misma.
Si me invitás y no tengo ganas de ir, una de dos: o me encuentro en tu auto sintiéndome culpable por hacer las cosas “por compromiso” o me quedo en mi casa con la sensación de “de última salía un rato en lugar de quedarme como siempre entre estas cuatro paredes.”
Disconformismo? Conchudez femenina? Esquizofrenia? Gataflorismo?
No lo sé. Cómo saberlo. El día que me conozca a mí misma voy a ser la dueña del planeta. Mientras tanto sobrevivo. Como puedo. Sentadita en un cordón, tomando fanta con pajita, viendo un atardecer uruguayo y reflexionando.
Porque viste que en vacaciones todo te llama a reflexión. Desde el porqué y para qué de la humanidad hasta la cantidad de cucharadas de azúcar que le ponés a un café.
Yo y mi culpa, mi culpa y yo. La culpa ahí, la culpa siempre, la culpa toda, la culpa- culpa. Después de todo, la culpa es mía, eso nadie lo duda.
Y el sol se ponía, y la brisita de mar me erizaba la piel, y Juan me dijo:
“En la Insoportable levedad del ser hablan de que somos infelices porque nuestra vida es lineal y no se repite, entonces al tomar una decisión descartamos otra que no podremos recuperar. Pero ¿y si logramos retroceder para tomar la otra decisión y comprobar qué habría sucedido para así no quedarnos con dudas? ¿Conseguiríamos quitarnos el peso de la lluvia en los zapatos?”
No sé, le contesté, pero por las dudas creo que de ahora en más voy a ir por la vida descalza. Después te cuento que se siente.
15 comentarios:
Mery: me encantó el post. Lo leí una y otra vez. Como te conozco no me cuesta imaginarte a los 10 años llorando porque dejaste solito a Martín. Y bueno, todo el resto lo compartimos casi a diario.
Yo creo que todos somos un poco así. Culpógenos. Tal vez tenga que ver con la incertidumbre del “que hubiera pasado si”, o capaz sea una especie de negación a comprometernos, porque es cierto que una vez que elegimos, somos los únicos responsables de esa elección, ahí no le podes echar la culpa a nadie, entonces claro, la culpa es solo nuestra.
No sé si me expliqué. Este tema da para mucho. Mate de por medio.
Beso grande!!
Uhhh el dia que aprenda a manejar la culpa, asi generalizada y por todo como vos decis, seguro me sacare una gran mochila de encima! Besos
No parecés tan complicada a simple vista, dejá de enroscarte. la culpa no es de nadie. Liberate.
beso
la culpa nunca cae al piso
Leete ese libro si querés concluir que toda vida puede ser peor que la tuya. Hasta capaz tengas la suerte de zafar de identificarte con alguno de los personajes. (Pregunta: Lograste zafar del árbol de los Buendía?)
Te recomiendo los dos y le agrego Rayuela. Pero eso es algo absolutamente personal que no tiene en realidad porque modificarte.. Si los leiste y te cayeron como a mi (y mirá que son tres historias bien diferentes)entonces sabrás que lo de la culpa no es nada fácil, que para eso miles de gentes dedican la vida en angustiarse por poder desarrollar teorías mejoradas respecto de la mierda que se siente con el puto Angst tan en voga en esta Argentina que nos insiste con los ataques de pánico al mismo tiempo que nos invita a un after office..
No-hay-pija-quenosvengabien.
Y es así, hasta que de alguna u otra manera un trompazo te sienta de culo y uno puede llegar a preguntarse (o decirse en todo caso) "bueno ya, es hora de empezar a desatar el ovillo.. en definitiva siempre es el mismo hilo!"
A la mierda con la culpa, te lo dice una culpógena de estirpe que le huye en el laberinto de ese hilo que no se corta.
Ah, y mis mas sinceras disculpas por la bervorragia, esto mas que un comentario debería ser un post en tu honor. Es que tengo ganas de charlar con la gente..
quise decir verborragia.. estoy a tiempo de corregirlo?
Eso me pasa por hablar pelotudeces sin control.
No hay límites, carajo?
cuanto atropello a la razón, che.
complicado, muyyyyyyy complicado. pero a mi me pasa igual
nenaaaaaaa, dejate de joder!!
culpa de que? naaaaaaaahhhhhhh!
Me mató la frase de Julián. "La culpa nunca cae al piso". Lo mejor que te escuché decir desde que te conozco, mameluco.
eeehhhhhhhhh, eso lo tomo como un alago o como una ofensa?
y a vos que te parece?
Euge: Así es, todos un poquito, por el motivo que sea, pero no me niegues que llevo la canasta en este picnic!
Bea: el día que aprendas pasá la receta!
José: viste?las apariencias engañan. Nunca te fies.
Julián: no, y menos la mía, está en mis hombros sin ninguna intención de caerse.
Ponch: Sí, lo leí, mas de una vez, y 100 años de soledad también.
Gracias por la recomendación, la verdad que comparto tus conclusiones.
Tu verborragia es siempre bienvenida Ponch. Aprovecho para decirte que este blog te va a extrañar.
Ana: nenaaaaaaaaaaa, crees que no quiero?
Euge y Julián: histeriqueensé y tirensé besos virtuales, me re divierte.
Besos a todos, gracias por pasar, nos estamos leyendo!
de nada, no pensás actualizar?
Mary!
es el famoso síndrome de la Y griega... la bifurcación y mi amigo, el filósofo Doble Visión, siempre me dice que elegir es renunciar; uno elige una sola cosa y renuncia a todo lo demás: la bifurcación.
El problema es que son caminos en un solo sentido; no puedes retomar como cuando te equivocas en la carretera. Así es la vida Mary, no sientas culpa cada vez que elijas; mejor pensar que lo que has descartado, era lo peor.
:)
beso
marcelo
Marce, que buena conclusión.
Me dejó pensando...
beso!
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